Con el dinero del Gordo de la lotería de Navidad de 1934 un pequeño pueblo del interior de Castellón, Lucena del Cid, decidió construir un lujoso hotel que se inauguró 20 días antes del inicio de la Guerra Civil y que 82 años después sigue abierto. Se trata del hotel El Prat, diseñado por el arquitecto responsable de la fuente de la Plaza de España de Sevilla o el Palacio Arzobispal de Valencia, Vicente Traver, que aunque se ha adaptado al paso de los años mantiene algunos elementos originales y una atmósfera que remite a tiempos pasados.
«El hotel era lo nunca visto», explica una de las recepcionistas, Vanessa Barberá, quien junto a otros tres jóvenes —Hirta Gimeno, Denis Tira y Zaina Santiago— se encargan desde agosto de 2017 de la gestión diaria de unas instalaciones que actualmente son propiedad de la Fundación Credicoop. Unos pinos centenarios dan la bienvenida al hotel, que se construyó junto a una fuente que brotó al dinamitar un antiguo prado para convertirlo en huerta, y que se inauguró el 28 de junio de 1936 con una gran fiesta cuyos detalles hay quien todavía conserva en la memoria.
«Un día vino a comer una señora mayor y me contó que tenía 7 años cuando se inauguró el hotel, y que junto a otros niños humildes del pueblo observaron desde fuera los peinados y los vestidos de lujo de los asistentes al cóctel de bienvenida», relata Barberá, quien añade que la anciana le confesó entre risas que se acabaron comiendo los merengues que sobraron.
Veinte días después de esa fiesta, con el hotel lleno, estalló la Guerra Civil y se reconvirtió en un hospital «de sangre» para atender a heridos, si bien acabada la contienda volvió a recuperar su función inicial y entre los años 50 y 70 del siglo pasado vivió «una época de esplendor», hasta que el veraneo se fue desplazando a las playas. Barberá relata que hay varias ancianas de entre 80 y 90 años que quedan cada verano para acudir a pasar unos días en el hotel «y echarse unos bingos y unas cartas», las cuales «mantienen viva» la historia del establecimiento y se la van narrando.
Las «señoritas altas y rubias» que se bañaban en la poza construida para recoger el agua de la fuente con algo desconocido que se llamaba traje de baño, o los bailes semanales que se celebraban allí son algunos de esos recuerdos, que se completan con las fotografías en blanco y negro cedidas por el pueblo que adornan el edificio. El hotel cuenta con 55 habitaciones, de las que parte fueron renovadas en 2017 y algunas no se abren al público porque todavía conservan el baño de 1936 —algo muy inusual en esa época—, y su categoría es de una estrella, pues para sumar más necesitaría modificar la estructura de este histórico edificio, señala Barberá.
Las instalaciones conservan desde sus inicios un par de mesas de juego, parte del suelo hidráulico original y unas lámparas diseñadas por un artesano local, que pueden verse en la entrada y en el comedor del hotel, donde los fines de semana acuden también vecinos del pueblo, que tiene en la actualidad 1.300 habitantes, a degustar su cocina.
Barberá y la otra recepcionista, Hirta Gimeno, explican que en los últimos tiempos el hotel ha tenido una época baja, pues durante cuatro años se cambió cada año de gerente y cada vez iba a peor, y agradecen que la gente haya depositado la confianza en este joven equipo, que tiene «ganas de sacar esto adelante».